Ha tardado demasiados días en irse la resaca como para hablar ahora de la noche de estreno. Así que sólo cuelgo un par de fotos de lo que recuerdo, brindando con amigos, familia y terminado en algún lugar extraño y misterioso con la gente que más quiero. A los que se perdieron por el camino también los quiero, que conste. Y a los que no pudieron venir; al que se quedó colgado en el aeropuerto de Ibiza, al Julián que se le llevó el coche la grúa, a los que estaban de puente, a Paco y Jessica que están rodando un documental brutal en Kentuky y a los benditos que viven en la luna y no se enteraron, y hasta a los que les caigo como el culo y jamás pensaron venir, que sepan que I love them all.
Sobre lo que se ha dicho de la peli en la prensa y lo que dice la gente al salir del cine podríamos escribir un libro. De hecho hay mucha gente escribe libros sobre ello, y da conferencias. Porque no cuadra, no coincide lo que se esfuerzan en hacernos creer y lo que la gente intuye y en lo más profundo sabe.
No lo digo porque las criticas fueran malas, ya que han sido generosas en muchos aspectos (podéis verlas más abajo), excepto en lo que tiene que ver esencialmente con lo que ofrece la película: un gesto que no puede ser descodificado por la Cultura, una imagen inédita en la larga historia del cine por otra parte, un gesto radical en manos de alguien quien, eso sí, ha sido celebrado unánimemente por prensa y público: Lazlo Pearlman.
Si quieres saber quién es, ven al cine antes de que nos desalojen.
De él, de lo que supone para la norma, para el heteropatriarcado, para la performatividad de genero, para el mundo postidentitario que ya existe habla la gente al salir del cine. Alguna prensa también y agradecemos su audacia.
Por cierto, tenemos entradas para la sesión catalana de los días 8 y 9 de diciembre, a las 21,15 y 22,50 en el cine Alexandra. Quien quiera que contacte vía Facebook.
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